Yo no soy de publicar poetas jóvenes en mi blog. Tampoco soy de alabar a mis amigos. Ya la gente me conoce que soy una persona crítica. Pero cuando recomiendo a un autor es porque estoy seguro de su vuelo literario.
Raúl Campoy no hace performances. Ni tiene blog. Participa muy poco de los recitales de poesía. No apela al coloquialismo fácil. Ni a la jerga juvenil impostada. Es un bardo que ama la palabra. Que vive con pasión autentica la poesía. El no escribe narrativa. Es un poeta puro. Quizás sea el mejor poeta joven de Madrid.
Les recomiendo leer su poemario Los dientes del reloj.
Comparto con ustedes este poema de Raúl.
Raúl Campoy no hace performances. Ni tiene blog. Participa muy poco de los recitales de poesía. No apela al coloquialismo fácil. Ni a la jerga juvenil impostada. Es un bardo que ama la palabra. Que vive con pasión autentica la poesía. El no escribe narrativa. Es un poeta puro. Quizás sea el mejor poeta joven de Madrid.
Les recomiendo leer su poemario Los dientes del reloj.
Comparto con ustedes este poema de Raúl.
Sin Timbres
Vamos a pensarnos padre.
Vamos a reírnos de los ojos que todo lo quieren reunir.
Has visto el almendro?
Mira su pueblo de corolas.
Allí está mi nervio primero.
Hemos llorado:
no debemos.
Las nubes nos hacen sombra y el aire muerde nuestras mañanas.
No estés triste padre.
Yo te miro en el brote que reverdece que nos rememora.
A veces salgo y te llamo. Sales de las raí_
ces donde siempre me enredo. Paseamos hasta
que somos sólo palabras y nuestros corazo_
nes, bañan las peñas, riegan la huerta, y la amargura,
según crecemos, se va escurriendo de nuestras len_
guas. Entonces te miro y veo a ese padre tan va_
lioso, y me pregunto de dónde vienes lleno de
brillos de laguna, lleno de años que ya cumplis_
te y que ahora llegan, quebrando amaneceres co_
mo escarchas, clavando tus espinas de miel; y esta_
llas en azúcar y nos haces ver una rosa
dos veces rosa y ríes como dos planetas fro_
tándose y lloras cientos de olores y suspiras
como el viento entre una grieta, y allí estoy yo:
asqueado de carnes, de llaves, de coches
de ciudades,
queriendo alcanzar la yerba
que tú multiplicas,
intentando ser inoloro, incoloro, invisible,
indetodo,
para no partir el tallo de tu brisa por el campo,
para poder seguir tus pasos de ropa vieja.
No estés triste padre.
No rompas esa sonrisa en agujas.
No te embarres de queratina,
que el dolor ha cambiado su billete.
La presencia de nuestra ausencia no dolerá.
Deja que los cuchillos reboten
que cambie el sonido:
abre una ventana en el sur
y cierra la del norte,
o como tú quieras,
tienes veinte articulaciones en el cráneo
y eres triste de médula como una red a la deriva
(como diría Neruda).
Llora tus soledades en las mías, padre.
Suda entero como el rocío.
No hagas fragoso lo permeable.
Ha llegado la hora de penetrar nuestro cuerpo de roca,
de almacenar con tósigo nuestra ira de colmena,
de visitarnos en la distancia
donde las horas no dictan
ni separan a un hijo de un padre,
donde las palabras no rebotan
ni hay paredes que raspen
ni puertas que podamos cerrar.
Vamos a reírnos de los ojos que todo lo quieren reunir.
Has visto el almendro?
Mira su pueblo de corolas.
Allí está mi nervio primero.
Hemos llorado:
no debemos.
Las nubes nos hacen sombra y el aire muerde nuestras mañanas.
No estés triste padre.
Yo te miro en el brote que reverdece que nos rememora.
A veces salgo y te llamo. Sales de las raí_
ces donde siempre me enredo. Paseamos hasta
que somos sólo palabras y nuestros corazo_
nes, bañan las peñas, riegan la huerta, y la amargura,
según crecemos, se va escurriendo de nuestras len_
guas. Entonces te miro y veo a ese padre tan va_
lioso, y me pregunto de dónde vienes lleno de
brillos de laguna, lleno de años que ya cumplis_
te y que ahora llegan, quebrando amaneceres co_
mo escarchas, clavando tus espinas de miel; y esta_
llas en azúcar y nos haces ver una rosa
dos veces rosa y ríes como dos planetas fro_
tándose y lloras cientos de olores y suspiras
como el viento entre una grieta, y allí estoy yo:
asqueado de carnes, de llaves, de coches
de ciudades,
queriendo alcanzar la yerba
que tú multiplicas,
intentando ser inoloro, incoloro, invisible,
indetodo,
para no partir el tallo de tu brisa por el campo,
para poder seguir tus pasos de ropa vieja.
No estés triste padre.
No rompas esa sonrisa en agujas.
No te embarres de queratina,
que el dolor ha cambiado su billete.
La presencia de nuestra ausencia no dolerá.
Deja que los cuchillos reboten
que cambie el sonido:
abre una ventana en el sur
y cierra la del norte,
o como tú quieras,
tienes veinte articulaciones en el cráneo
y eres triste de médula como una red a la deriva
(como diría Neruda).
Llora tus soledades en las mías, padre.
Suda entero como el rocío.
No hagas fragoso lo permeable.
Ha llegado la hora de penetrar nuestro cuerpo de roca,
de almacenar con tósigo nuestra ira de colmena,
de visitarnos en la distancia
donde las horas no dictan
ni separan a un hijo de un padre,
donde las palabras no rebotan
ni hay paredes que raspen
ni puertas que podamos cerrar.
4 comentarios:
Toma ya. ¡Vaya poema!
...tal vez no importe, pero este poema me lo llevo a mi reunión familiar, con mi Padre. Lo tomo prestado.
¡Gracias!
Me alegro que te haya gustado Borja.
Marina tomalo.
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