París no era una fiesta

Unas 12 horas demoró el bus en llegar hacia París, y lo primero que me sorprendió de esta ciudad fue que apareció de pronto, en las ventanas del bus, entre los prados, el glamoroso bosque verde francés. Al llegar a la estación me recibió un amigo poeta argentino y su esposa francesa, una trotamundos que además se dedica a la conservación de material fílmico. Esta pareja me ayudó a instalarme en el albergue de estudiantes Mije, en calle La Fourcy, en París X, calle aledaña al parque San Paúl y al barrio histórico de los judíos. Yo, provinciano al fin y al cabo, subo mis maletas a mi cuarto y me sorprendo al tener que entrar a mi habitación con una tarjeta y no con una simple llave. Luego de aceptar la invitación a almorzar de Diego y su esposa, como así se llaman mis anfitriones, recorro de la mano de ellos los lugares tan mágicamente imaginados: la iglesia de Notre Dame, la Universidad de La Sorbona, el Barrio Latino, Saint Germain, el museo de Louvre y el Arco del Triunfo, así como la nueva sensación de París, la famosa pirámide de cristal, lugar de peregrinaje posmoderno del best seller mundial El Código Da Vinci. Era irónico descubrir ver fervorosos lectores de esta obra que, con gestos por demás misteriosos, se detenían a contemplar religiosamente desde todos los ángulos posibles el lugar de sus entramadas conspiraciones.
Mis amigos y modernos Virgilios de esta París soñada, me decían que ya no había escritores, ni poetas, ni bohemia cultural en París, que todo era un inmenso museo para agradar al turista y obtener divisas al máximo. Y, efectivamente, no vi rastros de ningún movimiento vital cultural en París más allá de actividades apáticas y altisonantes actos culturales oficiales. Los bares y locales nocturnos en Saint Germain y el Barrio Latino cerraban a partir de las 12 de la noche sus puertas. ¿Pueden creerlo? Llevaba días de estar en París y esta sensación de mortandad cultural se acentuaba, además, con los precios altos de alquiler y comida de esta ciudad carísima y cortesana, donde dudo mucho de que un Van Gogh o un Artaud pudieran sobrevivir hoy en día en sus aceras.
Lo que sí conserva París es el gusto por la moda y el buen vestir, en Saint Germain es chic ver a la gente más estrafalaria del planeta caminar como verdaderos visionarios de la moda, así como gente que se viste con elegancia y sumo refinamiento con prendas de Jean Paúl Gautier o Versace. Allí me daría cuenta de que esta ciudad es un inmenso museo y bazar para ricos o incautos como yo. Fue inaudito cuando fui a un supermercado llamado Trouffaut, en el que exclusivamente se vendía todo tipo de flores y plantas, donde un arbolito te podía costar tranquilamente 3 mil euros o una prenda de vestir en una boutique cualquiera del Barrio Latino te podía marcar fácilmente más allá de los cuatro dígitos.
Conocería el Shakespeare and Company, la librería donde se editaría el Ulises de James Joyce y en donde hoy funciona una librería sui generis, en la que se pueden leer los libros en sus antiguos muebles, sentado en un sillón o en una cama que han acomodado para una lectura larga y placentera sin la presión de ningún empleado del lugar, atormentándote con el stress de la compra de algún libro –esto sería el paraíso de Borges, pienso–. Los dos pisos de la librería están llenos de libros y libros antiguos en su mayoría escritos en inglés, francés y castellano. En el piso leo frases de Henry Miller. Entrando en el segundo piso me encontraría al fondo del ambiente más lejano a un anciano caucásico almorzando. Me acerco respetuosamente y le pregunto, en mi pésimo inglés, si puedo entrar, y él me responde que sí; le pregunto si habla castellano y él me dice que sí; está un poco huraño él, debe pensar que soy un tonto turista que viene a romper su tranquilidad conventual; en eso, para romper el silencio que se formó detrás de estas palabras iniciales, le digo que soy poeta y le regalo mi poemario Opúsculo de un Nosferatu a punto de un amanecer, mi ultimo libro. Le confieso, afable, que soy el autor, él se sorprende, mira el libro, la foto y luego a mí; en ese momento se vuelve más comunicativo y amable, y me dice que se lo dedique a la librería, mas yo se lo dedico a él. Dice llamarse Jorge Whitman y que es pariente del insigne poeta americano, que fue amigo de Neruda y que si yo quería había una habitación en el tercer piso escondida para que se quedaran gratuitamente escritores como yo. No sé si en ese momento él fuera el único escritor vivo que existiera en París, mas me pareció el mismo Satanás en persona con tan tentadora oferta. Diez años antes no hubiera dudado en aceptar esta propuesta y quedarme a vivir en París, mas ahora estábamos en otra época, tenía deberes ineludibles que cumplir y no podía quedarme a residir aquí. Le dije con el dolor en el alma, como diría Vallejo, que hoy me iba de París; él insistió en que me quedara, yo le mostré el boleto de tren y él en ese preciso instante no añadió nada más ante tan firme resolución de mi parte y volviendo a su mutismo inicial me quedó observando con atención, que solo rompió al irme yo de la habitación confundido y él decirme en un perfecto castellano que me electrizó: “Hasta la vista, caballero”.
He ido acompañado de Elqui Burgos al cementerio de Montparnasse y he visitado religiosamente las tumbas de Man Ray, Cortázar, Baudelaire, Sartre, deteniéndome y guardando respetuoso silencio ante la tumba del gran poeta peruano César Vallejo. Salgo de este lugar santo y siento que mi largo peregrinaje desde Perú hasta París ha culminado.
Ahora con una mirada descentrada y más profunda re-descubro París. Es mi último día y recorro las calles de esta ciudad más allá de sus “museos” y me hallo con la grata sorpresa de que hay otro París que se halla reflejado en sus calles solitarias, como en las afueras de la mítica cafetería La Flore, donde escucho en este preciso instante el mejor concierto de música flamenca de mi vida, así como orquestas de charlestón y de jazz tocando piezas inolvidables en las aceras. De camino a mi hotel ya está avanzada la noche, he visto una performance de teatro impresionante cerca de Notre Dame, donde un hombre que se pone la máscara de una mujer en la parte de atrás de su cabeza, representa este personaje femenino con su espalda y la parte posterior de su cuerpo, increíble...
Hoy es mi última noche, llevo aquí cuatro días y he re-descubierto París en sus avenidas, contemplando la hermosura del río Sena iluminado por el vivo resplandor de sus luces multicolores que se estrellan cada día en las aún mágicas noches de París.
Comentarios
Espero que hubiese cosas de París que te gustaran, pues al final siempre te tienes a ti mismo para transformar la realidad en casi cualquier cosas que tu desees.
Saludos amigos. Gracias por contar tus impresiones sobre tu viaje a la ciudad de la luz.
Un beso
¿Crees que si le regalo un libro al tío de la librería me dejará quedarme a vivir en París?
Un abrazo.
Me gusto el Barrio Latino, Saint Germain. Notre Dame. De todas maneras es un lugar referencial para conocer la cultural europea del siglo XX.
Un beso.
Todos sin que el les haga nada;
La daban duro con un palo y un duro.
el se murio en paris, que bueno que tu lograste salir.
buen escrito, saludos desde la ciudad somnolienta.
alejandro
Bueno si vas a París intentalo.
Me alegra verte en mi blog.
Un abrazo.
Un abrazo amigo.
un abrazo!
"Siempre nos quedará Paris..." porque está en los libros. Y en los recuerdos. Los vividos,los leídos, los inventados".
Escribir crea mitos, igual que el cine, igual que la imaginación. Algunos se convierten en símbolos.
Paris fue uno de ellos.
Emilio Porta
Regresa cuando quieras.
Saludos.
Un abrazo poeta.
Abrazos
Alfredo
Ya me contaras como está la movida en Lima.
Abrazos.