miércoles, mayo 23, 2007

Abrahan Valdelomar: El Visionario Conde de Lemos por Leo Zelada

 Cuando era pequeño y tuve la oportunidad de leer por primera vez el poema “Tristitia”, mi relación con Valdelomar se tornó inmediatamente en entrañable. Pasado el tiempo, en mi época universitaria, volvería a releer al “Conde de Lemos” de la mano de su mítica frase: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”. Otro fue entonces el Valdelomar que se abría frente a mis ojos: Valdelomar el dandy, Valdelomar, el iconoclasta, Valdelomar el fundador de Colónida, el más importante movimiento literario-cultural del siglo XX en el Perú.
No obstante, se pretende encasillar a Valdelomar como una especie de pensador extravagante y decadente, a imitación de su maestro Oscar Wilde, sin mencionar sus aportes literarios.” El Conde de Lemos” mas allá de su famosa ironía escribió muchos de los poemas mas nostálgicos y desgarrados de la literatura castellana. Incorporó la temática del mar en la literatura peruana, tema que fue recreado décadas más tarde por el poeta César Moro en un hermoso poema sobre la playa de Conchán.
Los poemas “Tristitia” y “El hermano ausente en la cena pascual” es una muestra de la influencia del universo de provincia infantil y familiar en la obra de César Vallejo. Todo esto sin dejar de mencionar que Valdelomar es el más importante cuentista peruano al lado de Julio Ramón Ribeyro. Cuentos como “El Caballero Carmelo” son fundamentales en el construir de la tradición del cuento en América Latina. Es justo reconocer también la gran importancia que tuvo Valdelomar en el devenir literario, cultural e incluso político de la construcción de la nación peruana. Recordemos que José Carlos Mariátegui fue uno de los principales seguidores de Valdelomar en la fase que denominó como “Edad de Piedra”.
La influencia de Valdelomar en Mariátegui es una tarea para los investigadores de la obra del “Amauta”. Mariátegui escribiría sus primeros versos con la influencia de la estética de Colónida el grupo literario formado por Valdelomar. Sus primeros artículos, que relatan los avatares sociales de la época, entre ellos sus famosos textos sobre el hipódromo de Monterrico, tienen influencias del “Conde de Lemos” por el estilo irónico y “liviano”. La vocación por la innovación, la actitud crítica y la prosa elegante de Mariátegui tienen su origen en Colónida.
Es significativo señalar que en los días de la candidatura presidencial de Guillermo Billinghurst, Valdelomar se uniría a la insurgente masa proletaria. Su conferencia “La misión social del obrero”, pronunciada en Chiclayo, es una muestra de los vínculos entre Valdelomar y las reivindicaciones sociales de la época. Este hecho no fue pasado por alto por los admiradores de Valdelomar, entre ellos un joven periodista crítico y aficionado a la poesía como Mariátegui.
El autor de “Los Ojos de Judas” fue de las primeras personas que escucharían con entusiasmo y aprobación los primeros balbuceos socialistas del “Amauta”. Si esto no bastara para corroborar tal “influencia”, habría que revisar la relación epistolar de discípulo a maestro que guardó Valdelomar con respecto a Mariátegui, no obstante la obvia amistad que los unía. La pregunta que da entonces en el aire: ¿quién fue el verdadero “Amauta”?
Valdelomar acaso fue el más importante representante de esa insurgencia provinciana en el Perú y la primera expresión intelectual del protagonismo de la clase media en el país de las primeras décadas del siglo XX. Estos dos procesos históricos: primero el de la descentralización y segundo el de la irrupción de la clase media como actor social gravitante en la escena nacional fueron los valores que encarnó Valdelomar, quien con su actitud iconoclasta enarboló la lucha de las clases emergentes contra la elite oligárquica dominante. Él fue el primer escritor peruano que se autocalificó como profesional y que fue tratado como tal, incluso antes que José Santos Chocano.
 Antes, los escritores eran estereotipados como simples bohemios que deambulaban por los bares de la capital. Después de Valdelomar las cosas empezarían a cambiar. “Mis sucesores de mañana no acabarán nunca de agradecerme el servicio que les he prestado. Antes de mí, jamás se ocupó el público con mayor vehemencia, ni se discutió tanto, ni se atacó y defendió a escritor alguno”, escribió a un amigo.
Verdadero patriarca y maestro de la cultura peruana contemporánea, José María Eguren, César Vallejo, Nicolás Yerovi, Federico More y José Carlos Mariátegui, entre otros, son sólo algunos de los innumerables escritores y artistas que recibieron la influencia del “Conde de Lemos” como así lo denominaban.
Valdelomar fue quien difundió con mayor entusiasmo las bondades de una cultura cosmopolita y a su vez una mirada crítica hacia el interior de la identidad peruana y latinoamericana, configurando el inicio de nuestra rica y heterogénea tradición intercultural.



11 comentarios:

AnaR dijo...

Sin duda un hito de las letras. El conde de Lemos, tambien fué todo un personaje del Quijote.

Saludos

Leo Zelada dijo...

Ana R,Valdelomar es un escritor y personaje fascinante.¿Cual es tu lectura del conde de Lemos en el Quijote?

Saludos.

Alberto Zambade dijo...

Qué buen poeta y narrador El Conde de Lemos...

Un post precioso amigo..

Nos leemos, saludos,

Alberto Zambade

Anónimo dijo...

ahí te lo envío
saluditos

¿Y el hombre dónde estaba?
MARIO VARGAS LLOSA

08 de abril de 2007

En el año 1944, en Dacca, Bengala, entonces todavía parte de India, un niño de 11 años vio llegar arrastrándose al jardín de su casa a un hombre malherido que pedía agua. Se llamaba Kader Mia y era un operario musulmán miserable que, pese a los desórdenes y matanzas que ensangrentaban la ciudad, había salido a trabajar para poder alimentar a su familia. Lo lincharon en la calle fanáticos hinduistas por el único delito de ser musulmán, así como muchos musulmanes fanáticos degollaban en los barrios de Dacca a los hinduistas que encontraban en su camino. Kader Mia falleció en los brazos de aquel niño y su padre cuando éstos trataban de llevarlo a un hospital.
Amartya Sen, el niño de mi historia, nunca olvidó aquel episodio de su infancia ni las matanzas de cientos de miles de personas que ocurrieron aquellos días en India por la guerra religiosa desatada entre hinduistas y musulmanes que culminaría con el desmembramiento del país y el nacimiento de Pakistán, país que, años más tarde, se desmembraría a su vez por luchas despiadadas entre los propios musulmanes, por razones étnicas y regionales, a causa de las cuales nacería Bangladesh. Desde aquel entonces, el futuro economista y filósofo galardonado con el Premio Nobel de Economía y uno de los pensadores liberales más lúcidos de nuestro tiempo aprendió a desconfiar de esas categorías colectivas —religión, raza, nación, lengua, etcétera— que pretenden definir de manera concluyente lo que es un individuo y a ver en esa "minimalización del ser humano", como la llama, a la corta o a la larga, una semilla de violencia y de crimen.

"¿Y el hombre dónde estaba?", dice uno de los versos del Canto general de Neruda que recuerdo desde la primera vez que lo leí, de adolescente. Es la pregunta que parece hacerse Amartya Sen en cada una de las páginas de su último libro, Identity and Violence. The Illusion of Destiny, recientemente publicado en una Inglaterra que he encontrado —vuelvo después de casi ocho meses— removida, desde las bombas terroristas de julio de 2005, con debates y dilemas sobre los temas del multiculturalismo y la existencia en el suelo británico de comunidades de razas, lenguas, culturas y credos diferentes. En efecto, ¿dónde están el hombre y la mujer singulares y concretos, de carne y hueso, en esas abstracciones en que los disuelven los teorizadores, políticos y clérigos colectivistas para quienes la credencial definitiva y determinante de un individuo es su pertenencia a un colectivo? Disueltos, desaparecidos, regresados brutalmente a la condición tribal, a ser sólo piezas desechables del ente gregario, de modo que así puedan ser mejor odiados o endiosados.

Aunque su libro sea una refundición de conferencias y textos escritos para todos los rincones del mundo, y por momentos resulte algo repetitivo, se trata de un ensayo apasionante, valeroso y polémico, que trata de hacer prevalecer el análisis racional y la sensatez intelectual sobre los actos de fe, los prejuicios y las pasiones políticas que generalmente enturbian toda discusión sobre la identidad, el multiculturalismo, la globalización y la nacionalidad en nuestros días en un mundo que, desde los terribles atentados terroristas de Nueva York, Washington, Madrid y Londres, se siente inseguro y confuso sobre aquellos asuntos y al que, sobre todo, el fenómeno de una inmigración creciente e inatajable de personas de confesión musulmana ha llenado de prevenciones y suspicacias.

Amartya Sen recuerda una y otra vez, con ejemplos al alcance de la inteligencia más elemental, que todo ser humano es muchas cosas a la vez y que tratar de encajonarlo en una "pequeña cajita" —por ejemplo, su religión, su raza o su lengua— es desnaturalizarlo totalmente y condenarse a no entenderlo. Todos pertenecemos a muchas colectividades y esa múltiple pertenencia, a la vez que nos acerca y emparenta con un vasto sector, nos va diferenciando y alejando de otros (de los que también somos parte). De este modo surge nuestra identidad, en razón de una combinación muy compleja, y en cada caso diferente, de circunstancias que nos son impuestas y elecciones libres con las que confirmamos o rechazamos lo que se nos viene dado por nacimiento, familia o educación, y optamos por algo distinto. Las identidades colectivas suprimen mediante una reducción arbitraria aquellas matizaciones y ven en los seres humanos no criaturas soberanas, con derechos y deberes inherentes a su individualidad, sino productos seriales, idénticos entre sí, privilegiando una sola de sus características —por ejemplo, ser negro, musulmán, cristiano, blanco, budista, vasco, judío, etcétera— y aboliendo todas las demás. Ese descuartizamiento de la humanidad en bloques rígidamente diferenciados es peligroso, porque alienta el fanatismo de quienes se consideran superiores —el pueblo elegido, la raza pura, la verdadera religión, la clase redentora, la nación ejemplar— y los autoriza a ejercer la violencia sobre los otros. Es además una distorsión profunda de la realidad humana, sobre todo en la época moderna, una de cuyos grandes logros es justamente haber abierto mucho el espectro de opciones entre las que el hombre y la mujer pueden, mediante un libre ejercicio de su libertad, decidir ser diferentes del grupo, secta, comunidad o colectivo del que proceden. La identidad no es una condición metafísica, estática, sino una realidad viva y, por lo tanto, en permanente proceso de recreación.

Yo soy un buen ejemplo de ese crucigrama de pertenencias y rechazos que, como dice Amartya Sen, constituyen la identidad de un individuo, para mí la única aceptable. Peruano, latinoamericano, español, europeo, escritor, periodista, agnóstico en materia religiosa y liberal y demócrata en política, individualista, heterosexual, adversario de dictadores y constructivistas sociales —nacionalistas, fascistas, comunistas, islamistas, indigenistas, etcétera—, defensor del aborto, del matrimonio gay, del estado laico, de la legalización de las drogas, de la enseñanza de la religión en las escuelas, del mercado y la empresa privada, con debilidades por el anarquismo, el erotismo, el fetichismo, la buena literatura y el mal cine, de mucho sexo y tiroteo. ¿Se agota lo que soy en esa pequeña enumeración en la que, a simple vista, abundan las incoherencias y contradicciones? No. Podría llenar todavía varias páginas más mencionando todo lo que creo ser y no ser y estoy seguro de que siempre se me quedarían muchas cosas en el tintero. Cada una de ellas me solidariza con buen número de personas y me enemista con otras tantas y de toda esa amalgama de tensiones y fraternidades, que nunca se aquieta, que está siempre rehaciéndose, resulta mi identidad, la única en que me reconozco. Todo el mundo podría decir otro tanto de sí mismo, si se examina con imparcialidad.

Amartya Sen reconoce, desde luego, que uno de los rasgos de una persona puede, en ciertas circunstancias, convertirse en esencial. Ser judío en la Alemania nazi, por ejemplo, o ser negro en la Sudáfrica del apartheid, reducía a una persona a ser sólo eso, a los ojos de los victimarios racistas, para poder matarla o discriminarla con buena conciencia. Ser gay entre homófobos o ateo entre creyentes fanáticos obliga a una persona a privilegiar esta condición sobre las otras, ya que ella lo convierte en un marginal y a veces en un perseguido. En todos estos casos son los otros, por su intolerancia y sus prejuicios, quienes imponen aquella reducción de la complejidad y diversidad que es todo ser humano, para hacerle sentir, al que se diferencia del rebaño, su rechazo o su odio.

El profesor Sen —indio de nacimiento, inglés de formación, profesor a caballo de Harvard y de Cambridge, ciudadano del mundo por vocación— critica en su libro a los gobiernos que, como el británico y el francés, con las mejores intenciones, han convertido en personeros e interlocutores de las comunidades de inmigrantes musulmanes, a los líderes religiosos. ¿No es ésta, también, se pregunta, una manera de confinar a los inmigrantes en una de esas cajitas gregarias donde son desindividualizados y transformados en masa? Si se quiere que los inmigrantes se integren a las sociedades occidentales lo peor que se puede hacer es entregarlos atados de pies y manos a esos clérigos entre los que, a menudo, figuran los islamistas más intolerantes y opuestos a toda forma de asimilación.

Estoy casi en todo de acuerdo con los sólidos argumentos de Amartya Sen. Salvo en uno. Para él, ni siquiera la cultura, en su vasta acepción —las tradiciones, la lengua, los usos y costumbres— constituye un obstáculo considerable para que una persona singular pueda elegir su soberanía optando por opciones totalmente ajenas a su comunidad. Sin duda, ése es el ideal, que la libertad pueda ejercitarse por todos y de modo tan radical. Pero me temo que no sea así y que, en muchos casos, el factor cultural constituya un obstáculo mayor para que un hombre o una mujer puedan romper con la tiranía de la tribu. No es imposible que lo consigan pero el precio puede ser muy alto. Aconsejo a quien lo ponga en duda que lea la autobiografía de Ayaan Hirsi Alí, Infidel, donde narra la heroica aventura que fue para ella emanciparse de la opresión religiosa y cultural y conquistar su libertad. Me entusiasma que los dos ensayos más importantes recién aparecidos en Occidente sobre la cultura de la libertad los hayan escrito un indio y una somalí.

Mario Vargas Llosa es escrito peruano.© Mario Vargas Llosa, 2007© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, S.L

Leo Zelada dijo...

Me alegro que te guste Valdelomar Alberto y que lo aprecies.Yo humildemente contribuyo a la mayoritaria legiòn de lectores europeos que tengo en mi blog, a la difusiòn de la literatura peruana y latinoamericana.

Saludos.

Leo Zelada dijo...

Edwin,

Gracias por enviarme el artìculo de Vargas Llosa. Sabes, es que estaba molesto con Vargas Llosa por haber pedido el voto por Alan Garcia,justamente por un populista y demagogo.Mas este artìculo me ha sorprendido por ver explicitamenne los reveladores yos que maneja Vargas Llosa.Eso que defienda el aborto, la legalizaciòn de las drogas,el matrimonio gay me ha sacado de cuadro en un autor tan conservador como es el.Pero el tema de fondo y alli estoy en desacuerdo con Vargas Llosa es que el factor cultural sea para los migrantes un impedimento para integrarse a Occidente.A diferencia de paises como Inglaterra,Francia o Alemania donde los inmigrantes predominantemente son asiaticos,africanos pero de fe islamica y que viven en ghetos o estan poco integrados, en España la gran mayoria de inmigrantes son latinoamericanos y tenemos el lazo del idioma y aunque suene paradojico el de la religiòn para integrarnos sin mayores dificultades a la multicultural y plurilinguistica naciòn española.

Leo Zelada dijo...

Tambien hay que agregar que la mayoria de inmigrantes asiaticos y africanos en Europa son buena parte laicos y los que son islamicos son de moderados y pacifistas como los sufies y bastantes tolerantes como lo ha sido el Islam en la mayor parte de su existencia.

Barfly dijo...

Yo, que desconozco a este autor, tengo una duda, ¿porque le llamaban "Conde de Lemos"?. No creo que poseyera ese título de nobleza, asi que imagino que deberá ser un mote. Si sé porque el primer comentario menciona al quijote, es porque la segudna parte del quijote está dedicada al VII Conde de Lemos, Pedro fernández de Castro. Ese sobrenombre me crea confusión, porque soy aficionado a la historia del condado de Lemos, y no se que relacion puede tener este autor, que por lo que he leido parece muy interesante, con ella.

Anónimo dijo...

necesito esta tarea urgerte para mi nota ok perfecto y no es que me guste lo que pasa es por mi no ta peee pero se ve que esta interesante un dia lo le leere

Anónimo dijo...

Así firmaba sus obras. Por citar un ejemplo, en las publicaciones del diario La Prensa. Históricamente no tiene nada que ver con el condado de Lemos, pero tal era su ego y soberbia intelectual(la cual envidio), que no tuvo reparos en utilizar es seudónimo, dicho sea de paso algo totalmente legal según el Código Civil(art 32-código civil actual).
Ah otra cosa, te recomiendo que leas su obra barfly. Saludos

Anónimo dijo...

por favor quiero saben de manera concisa por qué se le llamaba el conde de lemos, no creo que por el simple hecho de tenrt un ego elevado quería llarse así por favor alguien puede decirme el porqué.
laura