viernes, noviembre 21, 2008

En la linea del Ecuador: Latitud Neruda

Aquel día tuve varias invitaciones para leer poesía en Quito. Al final elegí la más sencilla. Se realizó al aire libre en un anfiteatro de un barrio popular. La mayoría de los asistentes eran gente sencilla y humilde. Había cerca de 500 personas escuchándome y yo me sentía con cólera y tristeza. Un poeta importante no había venido a leer, porque, según él, los poetas no deben leer en plazuela. Ese soberbio fue mi maestro en la universidad. Allí comprendí ahora que soy un poco conocido, que uno tiene que leer en esos lugares donde los otros poetas jamás por prejuicios irían, que mi lugar estaba con esta gente que escuchaba con enternecedor respeto mis poemas, ellos que jamás en su vida habían visto a un poeta, porque pensaban que los poetas solo existían en los libros de literatura, y, ahora, me tenían allí.
No sólo era el día de la poesía, sino que se celebraban 100 años del nacimiento de Pablo Neruda. Recordé que Neruda también leía su poesía en sindicatos, pueblecitos y plazuelas y no solo en lugares académicos para gente de terno y corbata. Siento a Neruda a mis espaldas alentándome, diciéndome al oído “oiga, poeta, salga al ruedo ya y déjese de estar mirando como fantasma las nubes y lea como nunca lo ha hecho en su vida, que aquí la poesía y yo estamos contigo”. No tuve más dudas. En la linea del Ecuador: Latitud Neruda. Avancé con paso seguro cuando me anunciaron. Tenía la garganta encendida y el corazón escarlata. Entonces empecé a leer poseído por mil años de poesía.

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