Furu ike ya
Kawazu tobikomu
Mizu no oto”
Disculpen ustedes. Como estamos ante un libro de poesía a la oriental, se le va a uno la pinza por el lado de Matsho Bashoo.
Ahora, ya en castellano: Hace ya un par de años que ayudé a presentar una novela de Leo Zelada. Aunque el libro me encantó, lo del título en inglés la verdad es que nunca se lo he perdonado. Sugerente sin duda, aquello de American Death of Life, no terminaba de parecerme oportuno —por estar en inglés, no por su contenido—. Yo siempre la llamé: La novela esa de Leo Zelada con la estatua de la libertad encima de un cementerio.
La novela era sin duda importante pero hoy me complace mas estar junto a un libro de poemas. Soy de los que prefieren, sin resquicio alguno y en contra de estadísticas y modas, la poesía a la novela.
Supongo que Zelada ha querido contar conmigo por la cantidad de circunstancias que nos unen en esto de aproximarnos a lo oriental.
Él, está claro que toca el pensamiento de aquella parte del mundo con sabiduría y delicadeza, como podrán ver en este libro. Por mi parte, recitales de poesía china antigua, colaboración con traductores de dicha poesía, tener varios texto vertidos a tal lengua y hasta colaborar con artistas calígrafos, me pone siempre de su lado; ahora, del de mi amigo Leo Zelada. Y, ya puestos, prefiero la cocina china —junto con la española— muy por encima de la francesa, he practicado a lo largo de mi vida, con más o menos intensidad, judo, taekwondo, tai- chí y hasta Tiro con arco zen; y adoro la ropa oriental; así que...
Le decía hace poco a Leo que él y yo debemos haber sido campesinos coreanos, mandatarios chinos, pescadores thai, piratas camboyanos o samuráis japoneses en otras vidas anteriores. Si no, no se entiende esta pasión nuestra.
Vamos al libro: Fíjense ustedes en él con detenimiento y sin prejuicios: Constituye una asimilación escueta, amorosa y bastante exacta del ambiente oriental. Y eso es cosa nada fácil. porque nos separan muchos kilómetros, muchos siglos de cultura diversa, idiomas absolutamente dispares y una forma de ver la vida inicialmente distinta.
Pues bien, no solamente ha captado Leo Zelada la cáscara de la poesía oriental sino el fruto entero, el color, el aroma, el jugo... la esencia misma.
Les aseguro que ese aire de “pequeño saltamontes” que los estereotipos occidentales suelen esgrimir es mas falso que el beso de Judas, y cuando uno se encuentra con un producto como este, que procede del esfuerzo y el deseo de una auténtica conexión, siente que se le alegran las pajarillas y piensa: ¡Menos mal! ¡Sí que hay alguien que no se conforma con los lugares comunes y busca algo más!
Porque ustedes se pueden encontrar mucho orientalista de pacotilla, mucho cretino que confunde los miles de años de la apabullante cultura china y su increíble poesía, con los rollitos de primavera; mucho descerebrado que porque ha comido shusi un día ya se cree con el derecho a escribir un haiku sin saber ni lo que tiene que hacer, mucho idiota que sigue metiendo en el mismo saco a todos los orientales y pensando que un japonés es un tipo detrás de una cámara de turista, que un chino es un señor que vende en una tienda barata, o que un coreano es un individuo como Bruce Lee o como Fu Manchú pero más bajito.
Leo Zelada no va por lo fácil; él se ha movido con exquisito cuidado entre las técnicas poéticas orientales. Con un fondo de pensamiento occidental (del que no puede ni debe salirse porque es el suyo propio) ha sabido realizar una brillante tarea de fusión (eso que está ahora tan de moda) en este libro.
La atmósfera es real, los vocablos adecuados, las conclusiones auténticas. Salvo algún occidentalismo —insisto en que evitarlos es innecesario y hasta poco conveniente porque sonaría a falso—, Zelada mueve los resortes de la antiquísima poesía china, madre de las otras dos, la coreana y la japonesa; y los mueve con la soltura de quien ha leído, ha buceado, se ha dejado arrastrar por la magia de un lenguaje que era sorprendente antes de que existiera nuestro propio idioma castellano, que era lírico cuando en occidente sólo existían los cantos épicos
Se ha dejado contagiar por unas expresiones que hace más de 2700 años ya resonaban en el Harén del Palacio de Wei. Creo que de lo poco que ha dejado de lado son los cantos “Ci” que tan gratos me resultan, pero era imposible jugar en todos los campos.
Si hubiera conocido esta “Senda del dragón”, el mismísimo Su Dongpo hubiera llamado a Leo camarada como hizo con el General Zhou de los Tres Reinos.
En estas pocas páginas, se sentirían cómodos Lao-Tse el misterioso. Liu Yong el libertino cantor de los prostíbulos, Tao Yuanming, el bohemio generoso, y hasta la mismísima poeta-prostituta de Hangzhou, la delicada Le Wan.
Con estos versos de Leo Zelada, se hubiera aliviado el destierro del poeta-emperador Li yu,
la gran poetisa Li Quingzhao hubiera conseguido vencer su tristeza; y hasta el insuperable Li po se hubiera quedado bebiendo con Leo en vez de emborracharse solo y arrojarse al agua para atrapar la luna.
Pero el que más hubiera congeniado con Leo Zelada, hubiera sido Wu Wenying, aquel adelantado del surrealismo en el siglo XIII (para que luego vengan los franceses a decir que lo inventaron ellos en el siglo XX). Wu Wenying estaría con Leo Zelada a partir un piñón porque los dos ejercen con indudable maestría ese suave surrealismo sensitivo propio de los grandes poetas.
No lean este libro, déjense empapar suavemente por él. Más que un libro es esa lluvia de otoño que gota a gota cae sobre el árbol de Wu-tong
Como sabemos por el poema de Lao-Tsé que nos habla del Tao: “Se abren puertas y ventanas en los muros de una casa, y es el vacío lo que permite habitarla.” Igual ocurre con este libro.
Habítenlo, vivan en sus pocas pero intensas páginas. ¿Cómo podría yo resumirles su impasible necesidad?
Kawazu tobikomu
Mizu no oto”
Disculpen ustedes. Como estamos ante un libro de poesía a la oriental, se le va a uno la pinza por el lado de Matsho Bashoo.
Ahora, ya en castellano: Hace ya un par de años que ayudé a presentar una novela de Leo Zelada. Aunque el libro me encantó, lo del título en inglés la verdad es que nunca se lo he perdonado. Sugerente sin duda, aquello de American Death of Life, no terminaba de parecerme oportuno —por estar en inglés, no por su contenido—. Yo siempre la llamé: La novela esa de Leo Zelada con la estatua de la libertad encima de un cementerio.
La novela era sin duda importante pero hoy me complace mas estar junto a un libro de poemas. Soy de los que prefieren, sin resquicio alguno y en contra de estadísticas y modas, la poesía a la novela.
Supongo que Zelada ha querido contar conmigo por la cantidad de circunstancias que nos unen en esto de aproximarnos a lo oriental.
Él, está claro que toca el pensamiento de aquella parte del mundo con sabiduría y delicadeza, como podrán ver en este libro. Por mi parte, recitales de poesía china antigua, colaboración con traductores de dicha poesía, tener varios texto vertidos a tal lengua y hasta colaborar con artistas calígrafos, me pone siempre de su lado; ahora, del de mi amigo Leo Zelada. Y, ya puestos, prefiero la cocina china —junto con la española— muy por encima de la francesa, he practicado a lo largo de mi vida, con más o menos intensidad, judo, taekwondo, tai- chí y hasta Tiro con arco zen; y adoro la ropa oriental; así que...
Le decía hace poco a Leo que él y yo debemos haber sido campesinos coreanos, mandatarios chinos, pescadores thai, piratas camboyanos o samuráis japoneses en otras vidas anteriores. Si no, no se entiende esta pasión nuestra.
Vamos al libro: Fíjense ustedes en él con detenimiento y sin prejuicios: Constituye una asimilación escueta, amorosa y bastante exacta del ambiente oriental. Y eso es cosa nada fácil. porque nos separan muchos kilómetros, muchos siglos de cultura diversa, idiomas absolutamente dispares y una forma de ver la vida inicialmente distinta.
Pues bien, no solamente ha captado Leo Zelada la cáscara de la poesía oriental sino el fruto entero, el color, el aroma, el jugo... la esencia misma.
Les aseguro que ese aire de “pequeño saltamontes” que los estereotipos occidentales suelen esgrimir es mas falso que el beso de Judas, y cuando uno se encuentra con un producto como este, que procede del esfuerzo y el deseo de una auténtica conexión, siente que se le alegran las pajarillas y piensa: ¡Menos mal! ¡Sí que hay alguien que no se conforma con los lugares comunes y busca algo más!
Porque ustedes se pueden encontrar mucho orientalista de pacotilla, mucho cretino que confunde los miles de años de la apabullante cultura china y su increíble poesía, con los rollitos de primavera; mucho descerebrado que porque ha comido shusi un día ya se cree con el derecho a escribir un haiku sin saber ni lo que tiene que hacer, mucho idiota que sigue metiendo en el mismo saco a todos los orientales y pensando que un japonés es un tipo detrás de una cámara de turista, que un chino es un señor que vende en una tienda barata, o que un coreano es un individuo como Bruce Lee o como Fu Manchú pero más bajito.
Leo Zelada no va por lo fácil; él se ha movido con exquisito cuidado entre las técnicas poéticas orientales. Con un fondo de pensamiento occidental (del que no puede ni debe salirse porque es el suyo propio) ha sabido realizar una brillante tarea de fusión (eso que está ahora tan de moda) en este libro.
La atmósfera es real, los vocablos adecuados, las conclusiones auténticas. Salvo algún occidentalismo —insisto en que evitarlos es innecesario y hasta poco conveniente porque sonaría a falso—, Zelada mueve los resortes de la antiquísima poesía china, madre de las otras dos, la coreana y la japonesa; y los mueve con la soltura de quien ha leído, ha buceado, se ha dejado arrastrar por la magia de un lenguaje que era sorprendente antes de que existiera nuestro propio idioma castellano, que era lírico cuando en occidente sólo existían los cantos épicos
Se ha dejado contagiar por unas expresiones que hace más de 2700 años ya resonaban en el Harén del Palacio de Wei. Creo que de lo poco que ha dejado de lado son los cantos “Ci” que tan gratos me resultan, pero era imposible jugar en todos los campos.
Si hubiera conocido esta “Senda del dragón”, el mismísimo Su Dongpo hubiera llamado a Leo camarada como hizo con el General Zhou de los Tres Reinos.
En estas pocas páginas, se sentirían cómodos Lao-Tse el misterioso. Liu Yong el libertino cantor de los prostíbulos, Tao Yuanming, el bohemio generoso, y hasta la mismísima poeta-prostituta de Hangzhou, la delicada Le Wan.
Con estos versos de Leo Zelada, se hubiera aliviado el destierro del poeta-emperador Li yu,
la gran poetisa Li Quingzhao hubiera conseguido vencer su tristeza; y hasta el insuperable Li po se hubiera quedado bebiendo con Leo en vez de emborracharse solo y arrojarse al agua para atrapar la luna.
Pero el que más hubiera congeniado con Leo Zelada, hubiera sido Wu Wenying, aquel adelantado del surrealismo en el siglo XIII (para que luego vengan los franceses a decir que lo inventaron ellos en el siglo XX). Wu Wenying estaría con Leo Zelada a partir un piñón porque los dos ejercen con indudable maestría ese suave surrealismo sensitivo propio de los grandes poetas.
No lean este libro, déjense empapar suavemente por él. Más que un libro es esa lluvia de otoño que gota a gota cae sobre el árbol de Wu-tong
Como sabemos por el poema de Lao-Tsé que nos habla del Tao: “Se abren puertas y ventanas en los muros de una casa, y es el vacío lo que permite habitarla.” Igual ocurre con este libro.
Habítenlo, vivan en sus pocas pero intensas páginas. ¿Cómo podría yo resumirles su impasible necesidad?
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