Recuerdo que ese invierno le dije a Carlos Oliva: “Vamos a formar un grupo de poetas, que sea el más parricida y maldito de la poesía”. Y él me dijo: “Está bien, hagámoslo”.
Fue a mediados del año 1990, cuando fundamos con Carlos Oliva el grupo Neón. Nuestro primer recital lo dimos en la Universidad Villareal. Aún no teníamos un nombre y en ese momento a Carlos se le ocurrió: ”Nos llamaremos Neón: porque somos la luz en la oscuridad, Rubén”. Esas fueron sus palabras textuales. Así empezó todo.
El primer recital lo hicimos en diciembre de ese mismo año, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y fue un éxito. A partir de ese momento organizaríamos una serie de encuentros de poesía con rock, instalaciones pictóricas, teatro de agresión, performance que buscaban acabar con la pasividad del receptor. El más célebre de esos ciclos se llamo “Poesía con Cólera”. Allí participaron todas las universidades públicas y privadas de Lima.
Entonces ya se habían incorporado los demás integrantes de la segunda etapa del grupo como Juan Vega, Miguel Ildelfonso, Héctor Ñaupari, Paolo de Lima, Mesías Evangelista, Roberto Salazar. Estos recitales de arte total tenían como eje central la poesía. Fueron un fenómeno social en los primeros años de la década de los 90s del siglo pasado. Era seguido por las secciones culturales y de juventud de la prensa capitalina.
Recuperábamos la poesía urbana, y una vuelta a la orilla lírica, la cultura híbrida peruana. Lo underground en un mar de colores pasteles. En aquella época yo vestía todo de negro, con botas militares, cadenas y una cinta roja en el brazo como si fuera un Punk-Dark.
Carlos era mi mejor amigo. Juntos boicoteábamos todos los recitales de poesía que se nos ponían en frente y si había alguna pelea en honor de la nueva poesía que representábamos, pues nos agarrábamos a golpes con nuestros ocasiones enemigos de la noche.
Muchos de estos actos acababan en lecturas de poemas en las plazas públicas, entre un mar de botellas rotas que se estrellaban en la noche. Eso de torear carros lo inventé yo, como una especie de rito de iniciación para los nuevos miembros de Neón. Mas luego se convirtió en una costumbre que teníamos algunos neones cuando estábamos muy ebrios y pasados. Éramos los duros de la poesía.
En alguna entrevista al diario El Comercio, en 1993, dije lo siguiente sobre esa época: “Cuando salimos éramos autodestructivos, vivíamos en un estado perpetuo de ebriedad y alucinación. No tanto como evasión sino como una manera de experimentar visiones. Nos peleábamos con todos, y tuvimos que ser escandalosos para ser escuchados. Pero lo que fue una forma de liberación luego se convirtió en perdición. Fue un experimento raro pero necesario, pues todos veníamos de familias desintegradas, por lo que la pandilla fue nuestro hogar. Nos mostramos al mundo como éramos, sin reprimirnos".
Mi profesor de literatura en la Universidad, Antonio Gálvez Roncero, me expresó que era la primera vez que por adelantar un fragmento de un libro, había surgido tanto alboroto en la prensa, a favor y en contra. Eso pasó con Delirium Tremens mi primer texto publicado, más no mi primer poemario. El libro, en su versión completa, fue editado en 1997. Ya tenía encima la fama de poeta maldito y fue imposible, desde ese momento, separar mi obra de mi persona. En esos años andaba loco, todos los días tomaba alcohol en los lugares más sórdidos de la ciudad, junto con Carlo ibamos totalmente puestos de cocaína. En esos estados alterados del espíritu, daba recitales, mandaba a la mierda al público en los lugares más solemnes y académicos, o leía acompañado con guitarristas de Rock. Empezaba a leer con entonación pausada, para terminar vociferando como un vocalista de Hard Core.
Uno de los múltiples actos, el que queda más en el recuerdo, fue aquella vez que entre con decenas de punks y destrozamos el Centro Cultural Magia, bastión entonces de la cultura decadente peruana. También fue conocida la polémica que tuvimos con Mirko Lauer, al cual le quite el micro, ante la negativa de este grandilocuente personaje de aceptar la importancia de nuestros textos. O las polémicas públicas con Antonio Cisneros, con el que hicimos las paces en medio de una borrachera, a la que tuvo el honor de invitar. Con Oliva, solo reconocíamos como gran poeta de nuestra patria a Cesar Vallejo y los demás nos parecían fantoches. Y detestabamos a Becquer, Mistral, Benedetti. Aunque con el tiempo reconocimos la importancia de Cisneros y Enrique Verastegui.
Carlos y yo éramos los más radicales del grupo, el resto de miembros siempre nos acompañaban en algunas acciones, pero casi nunca intervenían. Los demás de integrantes no compartían nuestro extremismo poético. Yo de niño fui miembro de una pandilla en el puerto de El Callao y Carlos también fue un guerrero de la calle, pero en el distrito del Rímac. Así que, esto de ir contra el orden establecido, las instituciones y saltarnos las leyes era parte de nuestro día a día. El resto eran chicos rebeldes en época universitaria, o jóvenes de clase media que ingresaron al grupo, porque estaba de moda.
En ese contexto no me sorprendió por ello que Beto Ortiz, conocido entrevistador de la televisión peruana, haya escrito en un prologo que realizó al poeta Lizardo Cruzado, que había pertenecido al grupo Neón. Lo cual es falso. Siempre fue su sueño, pero nunca ocurrió. O que dizque críticos literarios como Marcel Velásquez, hayan pedido de rodillas su ingreso a nuestra cofradía, sin ningún resultado. Sí estuvieron brevemente escritores, y ahora catedráticos universitarios, como Carlos García Miranda, Selenko Vega, Miguel Maguiño o Iván Segura. Toda esta facción academicista, fue expulsada cuando liderados por Carlitos García pretendieron hacerme un golpe de estado literario en la conducción del grupo. En esos años se discutía con gente con la cual se discrepaba pero que al menos eran inteligentes. Ahora uno discute en blogs, con una joven promesa de 40 años, o con un ignorante aprendiz de crítico, como es el gago Thays o el enano Faverón . Dos tristes mediocres eunucos.
Lo más interesante que ingreso a Neón fue “Virgen Sideral”, integrado por Nagel y Paul Saavedra, ellos trajeron propuestas de ciencia ficción, cómic, o mezclas de psicodelia experimental y música aleatoria con poesía.
Pasando a temas más serios, e ingresando a los momentos de tensión, quizás lo más peligroso, fue cuando sufrimos una infiltración de simpatizantes del grupo terrorista Sendero Luminoso. Al cual combatíamos Carlos y yo en la universidad. Fue en un recital que organizamos en el auditorio 1 A de la Facultad de letras de San Marcos. El evento se convirtió en un “lleno total”. Mas no habíamos caído en la cuenta de que ese día era el aniversario del grupo senderista. Entonces empezamos a oír las acostumbradas peleas entre estudiantes y miembros de la policía, a las afueras de la ciudad universitaria. Pero esta vez, fue diferente. No solo detuvieron a cientos de estudiantes, sino que los terroristas iban facultad por facultad haciendo barricadas, y respondiendo con armas de fuego a la represión.
De repente empezaron a tirar las primeras bombas, justo al lado de nuestro acto. Fue en ese momento en el que tomé la determinación de no acabar con nuestro encuentro cultural, y exhorté al público para que se mantuviera firme y no se movieran de sus sitios. Había que vencer al miedo. Una a una fueron sonando las bombas al costado. Llegando, - las conté-, a haber diecisiete detonaciones, aquella mañana. Pero nadie se movió del auditorio. Ese fue nuestro logro. Como había algunos periodistas que venían a cubrir nuestra actividad artística, la policía no se metió con nosotros. Eso lo aprovechó un miembro silencioso de nuestro grupo, para dar sorpresivamente vivas a la lucha armada, ante nuestra sorpresa. Lo que se convirtió en motivo suficiente para expulsar a ese poeta de Neón personalmente. Aquel día declaramos la guerra abierta y frontal a Sendero, junto a Carlos Oliva. Por eso mi indignación por la pérfida labor de Paolo de Lima. La de mancillar la memoria de Oliva y de Neón sutilmente, contextualizando los 90s con un análisis, que pretende suavizar las brutalidades de aquella agrupación del terror, con la cual parecía simpatizar.
En 1993 realice un viaje con mochila al hombro desde Perú hasta Los Ángeles, Estados Unidos. Atravesé 13 países, crucé la selva amazónica, El Darién, los Andes y Centroamérica, ingresando a la tierra del tío Sam por Tijuana. Ese viaje cambio mi vida.Cuando ya no creía en nada, en cada pueblo que llegaba siempre encontraba a una persona sencilla, de campo, dispuesta a darme posada y hospitalidad sin conocerme. Esto me devolvió la esperanza en la bondad de la gente. No todo estaba perdido en el mundo. Por ello, y por algunas experiencias extraordinarias que pasé en mi travesía, abandoné mi nihilismo y ese tipo de bohemia. Sólo, con una pequeña mochila y mi diario de viaje me dediqué, en esta aventura, a viajar pueblo por pueblo de América y conocer sus costumbres y tradiciones.
Durante mi ausencia de 4 años en el exterior, me enteré de la muerte de Carlos en 1994, y de Juan Vega en 1996. Cuando retorné a mi patria, me di cuenta que Perú había cambiado. El circuito literario estaba muerto. Había un cierto orden pero escasa rebeldía. Me topé con la enorme sorpresa que Paolo de Lima, Selenko Vega, y hasta el serio crítico literario Ricardo Gonzáles Vigil habían tergiversado la historia del grupo, negando mi condición de fundador y líder del grupo Neón junto a Carlos, a pesar que era voz populi a principio de años 90s que era el que comandaba el grupo. Solo Oliva fundó conmigo el Neón, el resto llegaron después. Sentía que los homenajes que se le habían realizado a Carlos Oliva y Vega eran fruto del oportunismo. La realidad es que ninguno de los supuestos amigos de Oliva y Vega, estuvieron al lado de ambos, en los momentos previos a su muerte. Sabían que Carlos estaba mal por su adicción a las drogas, lo que provocó su muerte violenta. Se tiró contra un coche, en un estado de exaltación. O el caso de Vega, cuyo enorme problema político, motivó su misterioso asesinato. Hubo silencio y eso no lo puedo olvidar. Por ello, es además importante reconocer también el legado poético de Eli Martín, otro poeta miembro importante de Neón, que falleció de Sida, a finales de la década de los 90s y del Jose Gallino, otro integrante de Neon que tenía el mejor registro en vídeo de los inicios de nuestro grupo.
Cuando regresé, en 1997, refundé el Grupo. Esta vez con una motivación más política, interviniendo activamente en las protestas estudiantiles contra la dictadura, por ejemplo ingresando sin autorización en la Plaza San Martín o en la Plaza Mayor, para organizar mítines contra Fujimori. En aquel año, casi la totalidad de la intelectualidad peruana no protestó contra el Gobierno. Aunque sí había tímidos apoyos, lo que predominaba era el miedo. En 1999, cuando ya se veía caer el régimen autoritario, muchos oportunitas se volcaron a la oposición. Luego sacaron beneficios individuales, que es lo clásico en la cultura oficial peruana.
Sin embargo, no todo fue política. Sino más bien tratar de romper con nuestro propio paradigma de “malditos”, para explorar otros tipos de poéticas como la vanguardista conceptual, representada por José Calderón, Percy Ramírez, o el camino de las poéticas místicas, míticas en Luis Espejo o Gerson Paredes. Así como la neobarroca, en el caso de Harold Alva. Esta segunda etapa tuvo un énfasis estético. Buscar una propuesta intercultural híbrida, bajo el lema "Pasar de la Generación X a la nueva civilización planetaria". A su vez, se logró el sueño de devolver al espacio público la poesía. Para organizar, exitosamente, festivales culturales masivos, con la asistencia de miles de personas, que luchábamos por el restablecimiento de la democracia en Perú.
En una entrevista, que me hicieron en el año de 1992, para una revista de la Universidad Católica lo dije. “Neón pertenece a las calles de la ciudad, no a un solo lugar. Nos hemos reunido en la Plaza Francia, en la Avenida Tacna; en cualquier lugar donde nos agarraba la noche. Un local siempre implica, por un lado gastar -cosa que por lo general no podemos-, y por otro cierta formalidad, una limitación para las ganas de expresarnos que teníamos. Hemos frecuentado casi todos los lugares en donde hay un bar, pero preferíamos los lugares abiertos. Quiero referirme a la cuestión familiar que se ha mencionado antes: Neón para muchos de nosotros fue una familia. Nos acogíamos, apoyábamos y contábamos frustraciones, o alegrías. Nos aceptábamos como éramos, sin distinguir opciones sexuales ni políticas. Alguna gente nos llamaba marginales. Sin embargo ahora, hay un auge de la poesía `maldita´ y rebelde. A Neón le achacaron también esa denominación de marginalidad. Ahora es una moda llamarse marginal, hay gente que vive de eso. Nosotros, además, renegamos de una serie de convenciones, estábamos al margen. Rechazamos cosas, las cuestionamos, discutimos para saber mejor quiénes éramos y qué hacíamos, nunca para golpear. Los cuestionamientos tienen el fin de llegar a algo, de encontrar salidas. Si no cuestionáramos nada no estaríamos vivos. Éramos escépticos ante el discurso político, ante el poder oficial, ante las racionalidades formales, pero no ante la vida”. Con esta imagen de Neón me quiero quedar.
Ningún ensayo o trabajo reflexivo que se ha publicado hasta ahora, ha dicho lo que realmente fueron los años 90s. Ni el parcializado estudio de Luis Fernando Chueca, con la literatura más light, ni las declaraciones peyorativas de gente inepta para la poesía, como el caso del crítico literario Miguel Ángel Huamán.
Así, después de 18 años he escrito esta crónica. Para decir la verdad de nuestra experiencia. Para nosotros la poesía estuvo estrechamente vinculada a nuestras vivencias intensas y a una vocación auténtica. No buscábamos aplausos de aprobación. Tal vez por ello, fuimos los últimos románticos de la palabra.
Ahora, pasado el tiempo, ya no levanto banderas, como la generación poética de los 90s. Tampoco me interesa defender posturas nacionalistas o regionales. Si de algo me ha servido mi estadía en Europa, es para aprender la cultura desde una perspectivas más amplia. Lo cual no quiere decir que me olvide de mis raíces.
Con este escrito, espero haber acabado definitivamente con el tema de Neón. Pues hace años, ya pasé página a esta historia. Solo era mi deber hablar de estas cosas, por mi compromiso con la poesía y la verdad de nuestra historia. En especial lo he escritor como reconocimiento a los 4 miembros de Neón fallecidos, que asumieron la poesía con la pasión y estremecimiento, que deben tener los verdaderos poetas y cuyo compromiso con el oficio fue más allá de la academia.
Con estas palabras, creo, al fin, haber cumplido con narrar la verdadera historia del grupo literario más radical de la poesía contemporánea: Neón.
Postdata.- En diciembre del 2000 se acordó la desaparición formal del grupo Neón, en una ceremonia pública de incineración poética de nuestros textos. En el año 2002 se publicó la antología poética del grupo Neón “Poemas sin límites de velocidad”.