Anoche, a través del poeta alicantino Pamies, me enteré que Panero había muerto. Y recordé mis encuentros que tuve con el bardo. Se nos ha ido uno de los tres grandes poetas de España del siglo XX, el primero es por supuesto Lorca, el segundo, Carlos Edmundo de Ory, y ayer se nos fue el gran Leopoldo María Panero.
Hace unos años, en la feria del
libro de Madrid conocí a Panero. Hablamos y leímos juntos versos de Piedra
Negra sobre una Piedra Blanca de César Vallejo. Cumplí un sueño. Pero verlo
me jodió. Mientras otros contemplaban con estupidez el mito, yo vi un hombre
destruido por la poesía. Pensé: “no voy acabar así”.
Sin embargo, mi primer encuentro
con Panero fue peculiar, recuerdo los días que estuve en la feria por El
Retiro, observando a diversos autores firmando sus libros. Pero solo eran dos,
los que me interesaba conocer. Uno de ellos era Panero. Con un poeta joven
madrileño- el cual me decía: “tienes que conocer a Panero, es un poeta maldito
como tú”-, oímos por altavoz que firmaba Panero en el stand de Huerga y Fierro.
Al acercarme a un poeta al cual considero un
genio, me asalto la idea que quizás podía decepcionarme el conocerlo.
Pero Juanc insistió, se acerco al stand de Huerga y preguntó si Leopoldo
firmaba.
De súbito, apareció Panero diciéndome como me
llamaba y me firmó su poemario. Yo tengo una política y es no comprar ningún
poemario a un poeta vivo. Sin embargo, al ver que no había ninguna otra persona
en la cola, le compre el libro por solidaridad. Pero también porque considero
que es un gran poeta. A veces las reglas están para romperlas. Leopoldo de
pronto me empezó a leer unos versos de Vallejo y luego ante su sorpresa terminé
yo el poema de memoria. Antonio Huerga,
su editor, que contemplaba con
atención el evento, aplaudió y dijo: “Muy buena improvisación de ambos”. Panero
encendía cigarrillo tras cigarrillo compulsivamente, le daba dos pitadas y
luego los arrobaba al piso. Tenía 7 cajetillas de cigarros cerca. Había un
ambiente denso y pesado. Se le veía desamparado, fragmentario y oscuro. Pasaron
más cosas, pero prefiero guardármelas para mí. Me dijo Leopoldo antes de irse:
“Mallarmé es el asesino de la belleza”.
La segunda vez que lo vi, fue en
el Círculo de Bellas Artes en un festival literario. La participación de
Leopoldo María Panero fue accidentada, pero él es así, se puede dar el lujo,
luego de escribir grandes poemarios, de decir lo que quiera; sin embargo, en
esos breves momentos de lucidez, durante su disertación y lectura, dijo algunas
cosas sugerentes que me estremecieron. Al final Leopoldo me pidió llevarlo a
conocer Perú, ante lo cual me dio un beso en la mano (me saludaba con el puño
en alto cada vez que me veía aparecer).
Lo última vez que nos
encontramos, me recordó que tenía que llevarlo a conocer Cuzco, y yo solo lo
salude de pasada y rápido, porque habían personas a su alrededor y no me gusta
conversar cuando hay mucha gente. No lo volví a ver más.
Donde otros veían espectáculo, yo
contemplé una persona consumida por la locura y el desamparo. Su amor a la
poesía lo llevó a crearse un mundo paralelo donde los grandes clásicos de la
literatura dialogaban cotidianamente con él, con su muerte se nos va uno de los
grandes poetas contemporáneos.
Un abrazo Leopoldo. Allá donde
estés.
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