jueves, noviembre 29, 2007

Lo que esta semana remeció culturalmente a España

Warhol
Fernando Fernán-Gómez
Juan Gelman


A veces, con sonrisa irónica, reviso los blog de mis compatriotas,dando cuenta de las supuestas noticias literarias en la península ibérica. Empero, que distinto, es estar en Madrid y saber cuáles son los eventos que en realidad han marcado la semana en España. Por ello, cada vez que pueda, haré este recuento de noticias culturales.
Para empezar, la noticia más importante ha sido la muerte del gran actor y escritor Fernando Fernán-Gómez, figura importante de la cultura española contemporánea. Este deceso salió en todos los telediarios y periódicos importantes de aquí. Fernando, quien nació accidentalmente en Lima, recibió dos Osos de Plata a la mejor interpretación masculina en el festival de Berlín en 1976, por `El anacoreta', de Juan Estelrich; y en 1985 por `Stico', de Jaime de Armiñán, lo cual da fe de su enorme valor interpretativo. Sin embargo, muchos en Latinoamérica lo hayan podido ver en dos películas españolas que recibieron el óscar como son `Belle epoque', de Fernando Trueba y `Todo sobre mi madre', de Pedro Almodóvar. En los últimos años, Fernán-Gómez se encargó de `Morir cuerdo y vivir loco', una adaptación de la segunda parte de `El Quijote' que estrenó en 2004, un año en que publicó la novela `El tiempo de los trenes'. Como escritor, Fernán-Gómez fue polifacético, haciendo texto teatral, novela y poesía. Su reconocimiento fue tal que en 1998, ingresó en la Real Academia Española de la Lengua. Premio Príncipe de Asturias de las Artes, tiene los Premios Nacionales de Cine y Teatro, la Medalla de Oro de la Academia de Cine además de varios premios Goya. Algo que me llamó la atención en el velorio que le hicieron en el teatro Real, en la plaza Santa Ana, es la cantidad inmensa de gente que fue a darle su última despedida, que se leyera poesía, que se habilitara un micrófono para todo aquel que quisiera decir unas palabras y que su féretro estuviera cubierta de la bandera roja y negra anarquista. El Maestro fue fiel a su carácter desenfadado e iconoclasta hasta el final.
La otra noticia importante en Madrid es la exposición de Andy Warhol en la Casa Encendida. La muestra cuenta con más de 200 piezas, imágenes de y sobre Warhol que el propio artista y algunos amigos contemporáneos como Richard Avedon, Cecil Beaton y Otto Fenn. La exposición se completa con el ciclo audiovisual Acerca de Andy Warhol, documentos, retratos y documentales, donde reconocidos cineastas de la escena experimental de los sesenta (Jonás Mekas, Willard Maas, Marie Menken o Steina y Woody Vasulka) nos ofrecen una nueva visión de Warhol visto por sus contemporáneos. A este ciclo se unen las películas del propio artista, se proyectarán 22 de sus cintas en un programa que incluye títulos como The Chelsea Girls, Sleep, Empire, The Velvet Underground and Nico o Vynil. Pues esta exposición como dicen en los madriles será "La hostia".
Y la última noticia es el otorgamiento del premio Cervantes de literatura 2007- el más importante de las letras hispanas- al reconocido poeta argentino Juan Gelman. Las primeras declaraciones suyas al recibir este galardón fuerón: "Vivo para escribir poesía", para luego agregar: A mí lo que me importa es el trabajo, no me importo yo". Gelman al enterarse de la noticia dijo sentir: "una gran emoción, una suerte de conmoción". Que le den el Cervantes a Juan, es una gran alegría para todos los latinoamericanos, pues es, uno de nuestros más grandes poetas vivos.
Bueno, nos vemos, mis queridos lectores, hasta el próximo recuento semanal.

martes, noviembre 20, 2007

Gauguin retratando a una muchacha en Arlés


Campo de trigo
brazas de oro
cielo azul
intenso
y sus cúmulas nubes
sándalos
de fresa
incandescente
brisa de miel
en vellos salvajes
como racimos
de uva y lúcuma.

domingo, noviembre 11, 2007

Muere el último maldito: Norman Mailer

Ha muerto el angel negro de la literatura norteamericana y como un homenaje al maestro Mailer, pongo el mejor articulo que he leído en la prensa española alusivo a este hecho. Es de Mercedes Gallego y salió en el Comercio Digital de Gijón.

Combativo hasta la muerte
Muere Norman Mailer a los 84 años, el gran intelectual de izquierda norteamericano, antibelicista declarado y antifeminista confeso

«Nadie me invita a comparecer en las grandes cadenas de televisión, a lo más que puedo aspirar es a aparecer en un programa minoritario de cable». Así hablaba el gran intelectual americano del siglo XX Norman Mailer (New Jersey, 1923) hace pocos años. Ayer, su muerte pasó de puntillas por esas cadenas de televisión a las que acusaba de devorar al país hasta convertirlo «en un lugar más zafio, más barato, más burdo», donde «se está dando una aceptación natural del fascismo».

Ese era Mailer, combativo y crítico hasta su muerte, a los 84 años de edad, en el hospital Monte Sinai de Nueva York, donde fue hospitalizado el mes pasado por problemas respiratorios.

Cuando la Casa Blanca quiere que una noticia pase desapercibida la anuncia a última hora del viernes. Al morirse en sábado Mailer quedaba fuera de juego incluso para el emblemático periódico semanal que fundó en 1955 con otros intelectuales, 'The Village Voice', cuya página web no se daba por enterada de la desaparición de su progenitor.

Mailer, ganador de dos premios Pulitzer por 'Los ejércitos de la noche' (1968) y 'La canción del verdugo' (1979), es considerado junto a Truman Capote y Tom Wolf como uno de los padres del nuevo periodismo. Sus ensayos, su periodismo político y sus agudas críticas le convirtieron también en uno de los grandes intelectuales de la izquierda estadounidense, junto a Susan Sontag y Gore Vidal, aunque todos eran demasiado críticos como para identificarse con el dogmatismo de la izquierda. En el caso de Mailer, que llegó a presentarse en 1969 a candidato para la alcaldía de Nueva York, se autodenominó «un conservador de izquierda», lema de su campaña ante lo que consideraba un callejón sin salida: «Ni la derecha ni la izquierda tienen razón, y el centro es un desastre». En ese centro colocaba a las corporaciones, a las que acusaba de estar cambiando el estilo del mundo, sometiéndonos a todos a un molde único», decía. «Es la cultura del mal, las superautopistas y el plástico».

Había tenido una vida intensa, con seis mujeres y nueve hijos, que terminó como siempre quiso, con la pluma en la mano, ya que este mismo año había publicado su último libro, 'El castillo en el bosque', una novela en la que un siervo de Satanás narra la vida del joven Adolf Hitler. Escribir se había convertido para él en una tortura debido a la artritis que padecía. «Escribir te destroza el cuerpo; te sientas ahí en la silla, hora tras hora, y sudas tinta para sacar unas pocas palabras», dijo en una extensa entrevista de más de 20 horas de televisión que concedió hace siete años a dos periodistas franceses.

El verbo en la sangre

Una declaración tortuosa en alguien a quien el verbo le fluía en la sangre, como prueban sus más de 60 libros. La hacía frente a las costas de Massachussets, adonde se había trasladado con su última esposa, Norris Church, 26 años menor, porque «ya no podía disfrutar de Nueva York», dijo en la entrevista. «Al hacerte viejo, te haces más delicado. Me molestaba el aire contaminado. Me irritaba el tráfico, y si salía y lo pasaba bien en una fiesta, al día siguiente no podía trabajar ni la mitad de bien».

Su primer relato había visto la luz cuando sólo tenía 18 años. A los 25, cuando volvió de luchar en la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en uno de los escritores más grandes de su tiempo con la novela 'Los desnudos y los muertos', que basó en su experiencia.

En las siguientes décadas combatiría la 'caza de brujas' del macartismo, abanderaría la lucha pacífista contra Vietnam, siendo incluso detenido durante una de las protestas, escribiría guiones para Hollywood y algunas de las biografías más famosas de su tiempo, como la de Marilyn Monroe, Pablo Picasso y Lee Harvey Oswald.

Pero fue su introspección en la personalidad de un asesino, Gary Gilmore, lo que le conduciría a uno de sus pecados más terribles de los que se arrepentiría hasta en su lecho de muerte. Mailer entabló correspondencia con Jack Abbot, un asesino hijo de una prostituta china con un marinero irlandés que había ingresado en prisión a los 12 años de edad, en el que creyó ver a una pluma talentosa enterrada por las circunstancias de la vida. Con la ayuda de otros intelectuales logró sacarlo de la cárcel en libertad provisional y convertirlo en un escritor de éxito, pero en menos de un año había vuelto a matar. «Me sentí completamente responsable», confesó a los periodistas franceses una de las pocas veces que aceptó hablar del tema. «Sabía que Jack necesitaba mucha ayuda y que lo que le hacía falta de verdad era alguien que pudiera pasar una cantidad prodigiosa de tiempo con él todas las noches, verle, vivir con él en la forma en que los de alcohólicos anónimos viven con un borracho», dijo Mailer: «Yo no lo hice».

Una vena fea

El otro demonio que arrastraba fue el apuñalamiento de su segunda esposa al final de una fiesta que había durado toda la noche, que atribuyó a «una vena fea, oscura y competitiva». Dijo que lo lamentaría hasta el resto de sus días, pero se libró de que arruinara su vida porque ella no presentó cargos.

Era la cara oscura de un hombre amable que destilaba tanta violencia en sus libros que llegó a enfrentarse con el movimiento feminista, por el machismo de algunas de las escenas sexuales que describía. Sus últimos pronósticos políticos fueron para Irak, un país en el que no creía que se pudiera imponer «una democracia decente», y George W. Bush, «un necio sin fisuras» al que calificó de «el presidente más estúpido que hemos tenido», dijo. «Es indignante saberse gobernado por idiotas de ese calibre».

Pero también pareció encontrar en su hora final una paz espiritual entre lo humano y lo divino. «Creo en la existencia del bien y el mal, tengo razones para pensar que tanto Dios como el diablo existen», declaró en sus últimos años. «No creo que haya un dios todopoderoso, porque entonces no habría excusa para él o para ella, pero sí creo en la existencia de un dios menor, que hace lo que puede, como cualquiera de nosotros».

Posdata.- Este es el enlace del artículo:

http://www.elcomerciodigital.com/gijon/20071111/cultura/combativo-hasta-muerte-20071111.html

sábado, noviembre 10, 2007

Un paseo por la literatura de Roberto Bolaño


1. Soñé que Georges Perec tenía tres años y visitaba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso.

2. A medio hacer quedamos, padre, ni cocidos ni crudos, perdidos en la grandeza de este basural interminable,errando y equivocándonos, matando y pidiendo perdón, maniacos depresivos en tu sueño, padre, tu sueño que no tenía límites y que hemos desentrañado mil veces y luego mil veces más, como detectives latinoamericanos perdidos en un laberinto de cristal y barro, viajando bajo la lluvia, viendo películas donde aparecían viejos que gritaban ¡tornado! ¡tornado!, mirando las cosas por última vez, pero sin verlas, como espectros, como ranas en el fondo de un pozo, padre, perdidos en la miseria de tu sueño utópico, perdidos en la variedad de tus voces y de tus abismos, maniacos depresivos en la inabarcable sala del Infierno donde se cocina tu Humor.

3. A medio hacer, ni crudos ni cocidos, bipolares capaces de cabalgar el huracán.

4. En estas desolaciones, padre, donde de tu risa sólo quedaban restos arqueológicos.

5. Nosotros, los nec spes nec metus.

6. Y alguien dijo:

Hermana de nuestra memoria feroz,
sobre el valor es mejor no hablar.
Quien pudo vencer el miedo
se hizo valiente para siempre.
Bailemos, pues, mientras pasa la noche
como una gigantesca caja de zapatos
por encima del acantilado y la terraza,
en un pliegue de la realidad, de lo posible,
en donde la amabilidad no es una excepción.
Bailemos en el reflejo incierto
de los detectives latinoamericanos,
un charco de lluvia donde se reflejan nuestros rostros
cada diez años.

Después llegó el sueño.

7. Soñé entonces que visitaba la mansión de Alonso de Ercilla. Yo tenía sesenta años y estaba despedazado por la enfermedad (literalmente me caía a pedazos). Ercilla tenía unos noventa y agonizaba en una enorme cama con dosel. El viejo me miraba desdeñoso y después me pedía un vaso de aguardiente. Yo buscaba y rebuscaba el aguardiente pero sólo encontraba aperos de montar.

8. Soñé que iba caminando por el Paseo Marítimo de NuevaYork y veía a lo lejos la figura de Manuel Puig. Llevaba una camisa celeste y unos pantalones de lona ligera azul claro o azul oscuro, depende.

9. Soñé que Macedonio Fernández aparecía en el cielo de Nueva York en forma de nube: una nube sin nariz ni orejas, pero con ojos y boca.

10. Soñé que estaba en un camino de África que de pronto se transformaba en un camino de México. Sentado en un farellón, Efraín Huerta jugaba a los dados con los poetas mendicantes del DF.

11. Soñé que en un cementerio olvidado de África encontraba la tumba de un amigo cuyo rostro ya no podía recordar.

12. Soñé que una tarde golpeaban la puerta de mi casa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero. Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién estaba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un paquete de comida y un cheque de la Universidad Desconocida.

13. Soñé que leía a Stendhal en la Estación Nuclear de Civitavecchia: una sombra se deslizaba por la cerámica de los reactores. Es el fantasma de Stendhal decía un joven con botas y desnudo de cintura para arriba. ¿Y tú quién eres?, le pregunté. Soy el yonqui de la cerámica, el húsar de la cerámica y de la mierda, dijo.

14. Soñé que estaba soñando, habíamos perdido la revolución antes de hacerla y decidía volver a casa. Al intentar meterme en la cama encontraba a De Quincey durmiendo. Despierte, don Tomás, le decía, ya va a amanecer, tiene que irse. (Como si De Quincey fuera un vampiro.) Pero nadie me escuchaba y volvía a salir a las calles oscuras de México DF.

15. Soñé que veía nacer y morir a Aloysius Bertrand el mismo día, casi sin intervalo de tiempo, como si los dos viviéramos dentro de un calendario de piedra perdido en el espacio.

16. Soñé que era un detective viejo y enfermo. Tan enfermo que literalmente me caía a pedazos.Iba tras las huellas de Gui Rosey. Caminaba por los barrios de un puerto que podía ser Marsella o no. Un viejo chino afable me conducía finalmente a un sótano. Esto es lo que queda de Rosey, decía. Un pequeño montón de cenizas. Tal como está, podría ser Li Po, le contestaba.

17. Soñé que era un detective viejo y enfermo y que buscaba gente perdida hace tiempo. A veces me miraba casualmente en un espejo y reconocía a Roberto Bolaño.

18. Soñé que Archibald McLeish lloraba -apenas tres lágrimas- en la terraza de un restaurante de Cape Code. Era más de medianoche y pese a que yo no sabía cómo volver terminábamos bebiendo y brindando por el Indómito Nuevo Mundo.

19. Soñé con los Fiambres y las Playas Olvidadas.

20. Soñé que el cadáver volvía a la Tierra Prometida montado en una Legión de Toros Mecánicos.

21. Soñé que tenía catorce años y que era el último ser humano del Hemisferio Sur que leía a los hermanos Goncourt.

22. Soñé que encontraba a Gabriela Mistral en una aldea africana. Había adelgazado un poco y adquirido la costumbre de dormir sentada en el suelo con la cabeza sobre las rodillas. Hasta los mosquitos parecían conocerla.

23. Soñé que volvía de África en un autobús lleno de animales muertos. En una frontera cualquiera aparecía un veterinario sin rostro. Su cara era como un gas, pero yo sabía quién era.

24. Soñé que Philip K. Dick paseaba por la Estación Nuclear de Civitavecchia.

25. Soñé que Arquíloco atravesaba un desierto de huesos humanos. Se daba ánimos a sí mismo: "Vamos, Arquíloco, no desfallezcas, adelante, adelante."

26. Soñé que tenía quince años y que iba a la casa de Nicanor Parra a despedirme. Lo encontraba de pie, apoyado en una pared negra. ¿Adónde vas, Bolaño?, decía. Lejos del Hemisferio Sur, le contestaba.

27. Soñé que tenía quince años y que, en efecto, me marchaba del Hemisferio Sur. Al meter en mi mochila el único libro que tenía (Trilce, de Vallejo), éste se quemaba. Eran las siete de la tarde y yo arrojaba mi mochila chamuscada por la ventana.

28. Soñé que tenía dieciseís y que Martín Adán me daba clases de piano. Los dedos del viejo, largos como los del Fantástico Hombre de Goma, se hundían en el suelo y tecleaban sobre una cadena de volcanes subterráneos.

29. Soñé que traducía a Virgilio con una piedra. Yo estaba desnudo sobre una gran losa de basalto y el sol, como decían los pilotos de caza, flotaba peligrosamente a las 5.

30. Soñé que estaba muriéndome en un patio africano y que un poeta llamado Paulin Joachim me hablaba en francés (sólo entendía fragmentos como "el consuelo", "el tiempo", "los años que vendrán") mientras un mono ahorcado se balanceaba de la rama de un árbol.

31. Soñé que la tierra se acababa. Y que el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka. En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro forjado del parque de Nueva York veía arder el mundo.

32. Soñé que estaba soñando y que volvía a mi casa demasiado tarde. En mi cama encontraba a Mario de Sá-Carneiro durmiendo con mi primer amor. Al destaparlos descubría que estaban muertos y mordiéndome los labios hasta hacerme sangre volvía a los caminos vecinales.

33. Soñé que Anacreonte construía su castillo en la cima de una colina pelada y luego lo destruía.

34. Soñé que era un detective latinoamericano muy viejo. Vivía en NuevaYork y Mark Twain me contrataba para salvarle la vida a alguien que no tenía rostro. Va a ser un caso condenadamente difícil, señor Twain, le decía.

35. Soñé que me enamoraba de Alice Sheldon. Ella no me quería. Así que intentaba hacerme matar en tres continentes. Pasaban los años. Por fin, cuando ya era muy viejo, ella aparecía por el otro extremo del Paseo Marítimo de Nueva York y mediante señas (como las que hacían en los portaaviones para que los pilotos aterrizaran) me decía que siempre me había querido.

36. Soñé que hacía un 69 con Anaïs Nin sobre una enorme losa de basalto.

37. Soñé que follaba con Carson McCullers en una habitación en penumbras en la primavera de 1981. Y los dos nos sentíamos irracionalmente felices.

38. Soñé que volvía a mi viejo Liceo y que Alphonse Daudet era mi profesor de francés. Algo imperceptible nos indicaba que estábamos soñando. Daudet miraba a cada rato por la ventana y fumaba la pipa de Tartarín.

39. Soñé que me quedaba dormido mientras mis compañeros de Liceo intentaban liberar a Robert Desnos del campo de concentración de Terezin. Cuando despertaba una voz me ordenaba que me pusiera en movimiento. Rápido, Bolaño, rápido, no hay tiempo que perder. Al llegar sólo encontraba a un vieoj detective escarbando en las ruinas humeantes del asalto.

40. Soñé que una tormenta de números fantasmales era lo único que quedaba de los seres humanos tres mil millones de años después de que la Tierra hubiera dejado de existir.

41. Soñé que estaba soñando y que en los túneles de los sueños encontraba el sueño de Roque Dalton: el sueño de los valientes que murieron por una quimera de mierda.

42. Soñé que tenía dieciocho años y que veía a mi mejor amigo de entonces, que también tenía dieciocho, haciendo el amor con Walt Whitman. Lo hacían en un sillón, contemplando el atardecer borrascoso de Civitavecchia.

43. Soñé que estaba preso y que Boecio era mi compañero de celda. Mira, Bolaño, decía extendiendo la mano y la pluma en la semioscuridad: ¡no tiemblan!, ¡no tiemblan! (Después de un rato, añadía con voz tranquila: pero tamblarán cuando reconozcan al cabrón de Teodorico.)

44. Soñé que traducía al Marqués de Sade a golpes de hacha. Me había vuelto loco y vivía en un bosque.

45. Soñé que Pascal hablaba del miedo con palabras cristalinas en una taberna de Civitavecchia: "Los milagros no sirven para convertir, sino para condenar", decía.

46. Soñé que era un viejo detective latinoamericano y que una Fundación misteriosa me encargaba encontrar las actas de defunción de los Sudacas Voladores. Viajaba por todo el mundo: hospitales, campos de batalla, pulquerías, escuelas abandonadas.

47. Soñé que Baudelaire hacía el amor con una sombra en una habitación donde se había cometido un crimen. Pero a Baudelaire no le importaba. Siempre es lo mismo, decía.

48. Soñé que una adolescente de dieciséis años entraba en el túnel de los sueños y nos despertaba con dos tipos de vara. La niña vivía en un manicomio y poco a poco se iba volviendo más loca.

49. Soñé que en las diligencias que entraban y salían de Civitavecchia veía el rostro de Marcel Schwob. La visión era fugaz. Un rostro casi translúcido, con los ojos cansados, apretado de felicidad y de dolor.

50. Soñé que después de la tormenta un escritor ruso y también sus amigos franceses optaban por la felicidad. Sin preguntar ni pedir nada. Como quien se derrumba sin sentido sobre su alfombra favorita.

51. Soñé que los soñadores habían ido a la guerra florida. Nadie había regresado. En los tablones de cuarteles olvidados en las montañas alcancé a leer algunos nombres. Desde un lugar remoto una voz transmitía una y otra vez las consignas por las que ellos se habían condenado.

52. Soñé que el viento movía el letrero gastado de una taberna. En el interior James Mathew Barrie jugaba a los dados con cinco caballeros amenazantes.

53. Soñé que volvía a los caminos, pero esta vez ya no tenía quince años sino más de cuarenta. Sólo poseía un libro, que llevaba en mi pequeña mochila. De pronto, mientras iba caminando, el libro comenzaba a arder. Amanecía y casi no pasaban coches. Mientras arrojaba la mochila chamuscada en una acequia sentí que la espalda me escocía como si tuviera alas.

54. Soñé que los caminos de África estaban llenos de gambusinos, bandeirantes, sumulistas.

55. Soñé que nadie muere la víspera.

56. Soñé que un hombre volvía la vista atrás, sobre el paisaje anamórfico de los sueños y que su mirada era dura como el acero pero igual se fragmentaba en múltiples miradas cada vez más inocentes, cada vez más desvalidas.

57. Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros para pintar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras él jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte. Después se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?

lunes, noviembre 05, 2007

El incendio de un sueño de Charles Bukowski


La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles

ha sido destruida por las llamas.
Aquella biblioteca del centro.
con ella se fue
gran parte de mi
juventud.

Estaba sentado en uno de aquellos bancos
de piedra cuando mi amigo
Baldy me
preguntó:
"¿vas a alistarte en
la brigada
Abraham Lincoln?"

"Claro", contesté
yo.

Pero, al darme cuenta de que yo no era
un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión
más tarde.

Yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina
y geología.

Muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado difíciles.
Tenía más problemas con
Hegel y con Kant.

Lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/
o
interesante.
Yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.

Descubrí dos
cosas:
a) que la mayoría de los editores creía que
todo lo que era aburrido
era profundo.
b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.

Entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, aunque
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.

Vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de una especie de
Thomas
Wolfe.

Mi principal problema eran
los sellos, los sobres, el papel
y
el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial.
Todavía no me había
atrapado
lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y
5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper´s,
el Atlantic Monthly.
Había leído que
Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los
relatos.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
Discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.

Bueno, yo no era realmente un
vagabundo. Yo tenía tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el
límite
de lo permitido:
Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
e.e. Cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, Dos Passos, Turguénev, Gorki,
H.D. Freddie Nietzsche,
Schopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway,
etc.

Siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera: "que buen gusto tiene usted,
joven."
pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.

Pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fu y Li
Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoría en
treinta o
incluso en ciento.
Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.

También solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos si no
el cerebro.

Maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Ángeles
fue un hogar para alguien que había tenido
un
hogar
infernal
ARROYOS DEMASIADO ANCHOS PARA SALTARLOS
LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
CONTRAPUNTO
EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO

James Thurber
John Fante
Rebeláis
De Maupassant

algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstoi, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald

Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate

Pero tales juicios provenían mas
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que de
su razón.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.

Y cuando abrí el
periódico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido la
biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había

le dije a mi
mujer: "yo solía pasar
horas y horas
allí ..."

EL OFICIAL PRUSIANO
EL ATREVIDO MUCHACHO DEL TRAPECIO
TENER Y NO TENER

NO PUEDES RETORNAR A TU HOGAR.