Rumbo a Tecum Uman en la frontera con México, recorro el circuito turístico de la ruta Maya. Es hermoso e indescriptible esos paisajes: Las ruinas como lejanos vestigios en medio de la domesticada selva tropical, la vegetación que despedía una fuerte coloración Amarilla - sol con el verde vivo de las plantas de Guatemala, el cielo limpio azul intenso en las mañanas y las tardes crepusculares rojas - rosas en el horizonte.
Me he dejado llevar por un impulso irresistible y he bajado del bus. No sé donde estoy, pero la brisa fresca de estas tierras me recibe bien. Quiero llegar hacia el fondo de la vista, hacia esas montañas tan bellas. Por un camino de tierra avanzo hacia ese lugar. Este lugar me atrae con un magnetismo especial que no puedo explicar. Estoy como en trance.
Luego de caminar varios kilómetros parece que estoy a la mitad del camino, tomo un descanso. Me dirijo hacia un riachuelo cerca, entre los árboles de eucaliptos y flores rojas que caen de unas plantas extrañas. Las aves trinan alegres sobre mi cabeza y me quedo observando las aguas cristalinas del río. Me siento raro. Como si todo estuviera rodeado de una armonía especial, casi sobrehumana. Me echo sobre el pasto para disfrutar de este maravilloso instante.
En ello viendo el azul intenso, me doy cuenta de que algo extraño esta pasando. No logro percatarme, ni darme cuenta de qué precisamente. Hasta que al ver a las aves volar sobre mi cabeza me doy cuenta que no logro oír el revolotear de sus alas en el cielo. En ello veo a los árboles mover sus ramas por lo que parece ser una agradable ráfaga de viento, pero tampoco logro escuchar el sonido del viento en mis oídos. ¿Me estaré volviendo sordo? Me limpio las orejas y grande es mi sorpresa al ver a unas liebres moverse a lo lejos y no escuchar nada, en ello me dirijo preocupado hacia el riachuelo y veo el discurrir de sus aguas sobre la tierra y no logro oír nada, ¡Nada! No obstante ese silencio absoluto no impide el movimiento de la naturaleza toda. Como si estuviera llena la pradera entera de una música en la cual los sonidos no existen y menos aún los ruidos, empero lleno de una música vasta, inmensa, implícita y eterna. Tal exhibición de un fenómeno desconocido para mí, me llena de pánico, no sé que hacer. El horror al vacío me inunda y me hace correr como loco entre los árboles de eucaliptos, las flores rojas, el firmamento azul, inundado de un miedo animal hasta llegar a la carretera sin mirar hacia atrás.
¡El sonido del silencio, era demasiado!